jueves, 12 de julio de 2012

CONVIVENCIA
EDUCACIÓN Y PROLLECTI
 DE VIDA




Parte I. El Quehacer Educativo.
Capítulo I : La Verdad sobre el Hombre, Imagen Directriz de la Educación.
1. Imagen del hombre y educación
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La tarea de educar, como empeño de ayudar al hombre a lograr su plenitud, ha de partir de una
adecuada concepción del hombre como persona en comunidad de personas. Y a fin de que estas
expresiones dejen de ser genéricas y ambiguas, queremos explicitar sus implicaciones concretas a lo largo
de este documento, de tal modo que sirvan como un programa básico que anime y oriente las diversas
acciones y tareas que demanda la educación. Esclarecer y justificar esta imagen resulta tanto más
imperioso e imprescindible para educar en el mundo de hoy cuanto que, a través de los diversos medios de
impacto cultural, se promueven modelos fuertemente atractivos, pero que alejan al hombre de su ser y su
quehacer esenciales. Tales concepciones del hombre convierten la educación en manipulaciones de
diverso signo, o le proponen al hombre visiones positivistas que lo cierran a la trascendencia, lo reducen a
categorías de eficiencia y rentabilidad y sólo le ofrecen como meta el egoísmo del placer y del poder (Cf.
DP. 304-3 15).
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Esa imagen del hombre no puede considerarse cabal si no conlleva el sentido de la vida, el por qué y el
para que del existir. Solo tendrá verdadera eficacia educativa si le permite al hombre orientar
constructivamente el tener, el poder y el saber; si le esclarece el por qué del sufrir y del morir; si le da
razones y esperanzas para trabajar, luchar y amar. Tan sólo entonces el hombre percibirá la prioridad del
hacerse sobre el hacer. La tarea nuclear de la educación consiste pues en perfilar, proponer y motivar esa
concepción del hombre de modo que tales convicciones básicas resulten para los educandos la "imagen
conductora" de su accionar en todo momento de la vida.

2. El hombre, proyecto de vida
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El hombre no sólo es el único ser de la tierra capaz de proyectos, sino que él mismo es proyecto, no
ya solamente por su innata programación genética, sino también por la riqueza de su espíritu encarnado
que tiende a desplegar sus virtualidades. Estas podrán desarrollarse de variadas formas accidentales, pero
en lo esencial y profundo han de responder a las auténticas exigencias del espíritu creado para el bien, la
verdad y la belleza. Toda vida tiene un carácter teológico: Lleva en sí un plan y un destino fundamentales
que presiden el desarrollo de las virtualidades. A ese proyecto básico, ínsito por Dios en la naturaleza del
ser humano nos referimos al decir que el hombre es un proyecto dinámico. En admirable síntesis San
Agustín expresó la fuerza de ese dinamismo al decir "Nos hiciste para Ti, Señor, e inquieto estará nuestro
corazón mientras no logre descansar en Ti". Vivir humanamente es el resultado de un armónico desarrollo
integral e integrado del triple nivel que caracteriza al hombre: el nivel vegetativo, el perceptivo-motor del
vivir animal y el nivel de la vida propia del espíritu que penetra la esencia de las cosas, razona, decide y
ama, crea el mundo de la ciencia, de la técnica, del arte, descubre la vocación moral (Cf. GS. 16) y la
dimensión religiosa. El hombre se percibe a sí mismo como un ser "llamado a elegir un proyecto de vida
en conformidad con su propio ser". por lo tanto "artífice de su destino" (DHC. 13). Concebimos la
educación como la tarea personal y comunitaria de llevar a cabo ese proyecto de vida, es decir,
capacitarse para autoconducir y perfeccionar la vida conforme con las exigencias profundas del propio ser
y de las llamadas realistas de la hora que le toca vivir.
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Proyecto de vida no son pues, las ocurrencias antojadizas con que llenamos el tiempo de la vida, sino
la orientación organizada de los esfuerzos para dar vida a la vida. Que el hombre sea un esencial proyecto
dinámico no significa que su misión sea el activismo, el creativismo", como si él fuera valioso en la medida
en que la sociedad lo juzgue útil, eficiente u original. El dinamismo a que aludimos es esa actividad interior
que consiste en tomar conciencia de la realidad, buscar la verdad, reflexionar, elaborar experiencia, brindar
amor profundo, crear orden y belleza, meditar, contemplar. Riqueza interior que se traduce a veces en
ejecución de actividades, a menudo en el intercambio del diálogo enriquecedor y con frecuencia también
en la aceptación del sufrimiento y la quietud ineludibles reconociendo, en ellos un llamado a mayor
aprendizaje de interioridad y una más íntima y depurada aproximación a los fines esenciales de la
existencia.
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Pero la imagen del hombre a partir de la cual la educación cristiana despliega su quehacer, es una
imagen infinitamente más dilatada y profunda. Y si la Iglesia quiere ser fiel a su misión de servir al
hombre, ha de esclarecerle con toda valentía la sublime dignidad de la vida para la cual fue creado y al
mismo tiempo ayudarlo con generosidad de medios para que pueda crecer en esa dimensión. La imagen
del hombre cristiano resulta una imagen maravillosa, misteriosa, con insondables consecuencias para la
existencia. Es la imagen de un hombre inmerso en la corriente vital de lo divino con toda una historia en la
cual aparece elevado más allá de su naturaleza: hijo de Dios; caído, redimido y justificado, sellado por el
Espíritu Santo que en él habita como en un templo; partícipe del Cuerpo Místico de Cristo y como tal,
ungido sacerdote, profeta y rey.
3. Cuadro de situación del hombre
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Junto con esa concepción del hombre que nos señala metas para orientarlo hacia su plenitud, nos
encontramos con el cuadro de la situación del hombre como punto de partida desde el cual tenemos que
organizar las acciones educativas. El Concilio Vatic ano II al proclamar la íntima unión de la Iglesia con la
familia humana universal y la solidaridad con los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, traza en su exposición preliminar ese cuadro de situación del hombre en el
mundo de hoy (Cf. GS. 4-10). Es imprescindible para educar hoy tener presente ese diagnóstico, que no
es el caso de reproducir en este documento, pero sí, al menos, evocarlo aquí como marco de referencia.
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Destaquemos simplemente algunos rasgos de esa marcha de la humanidad que va pasando de un
conjunto de sociedades aisladas a una sociedad cada vez más conectada, pero no por eso más unida y
comunicada; más interdependiente, pero no por eso más solidaria. De los estilos de trabajo artesanal pasa
vertiginosamente a la tecnología, la electrónica, la informática y la robótica. De una concepción estática de
la sociedad, la vida y la historia, a un enfoque dinámico, problematizante, deseoso de intervención
transformadora de todo lo dado y preocupada prospectivamente para forjar un futuro mejor. Y no se trata
de meros cambios superficiales, simples diferencias de modalidad. Dichas modificaciones transforman al
hombre en profundidad y con serios riesgos de deterioro y pérdida de verdades y valores, si no asume con
lucidez y decisión su autoconducción en medio de los acontecimientos. Así vemos cómo la mentalidad
general que se va formando se impregna cada vez más de pragmatismo y afán de éxito y eficiencia con
empobrecimiento de humanidad.
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El debilitamiento de las instituciones como transmisoras de un patrimonio cultural contribuye también
a ese desarraigo, desorientación y falta de ideales. Entre ellas, principalmente la familia y la escuela, se ven
sometidas a crisis particulares muy profundas, internamente en su vida y estructura y externamente en su
función formadora para la integración de las nuevas generaciones en la vida social.
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Paralelamente a los problemas de los nuevos tiempos han surgido fuerzas y ricas posibilidades: el
bagaje de experiencia humana y la creciente capacidad de elaborarla, la posibilidad de acceso a las
profundidades del psiquismo humano para prestarle ayuda y poner en juego las fuerzas ocultas de sus
dinamismos perfectivos, el afán de sinceridad, de autorrealización, el despertar del sentido de autonomía y
libertad, el empeño por intervenir y participar en la vida comunitaria cada vez más estimada y deseada y un
retorno a la religiosidad que pueda dar una respuesta a las inquietudes del espíritu. También merecen ser
valoradas y rescatadas, en su riqueza potencial, la mayor gravitación de la juventud y la mayor presencia
de la mujer en todas las manifestaciones de la vida social, política y laboral.
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Dentro de ese marco general de la cultura de este siglo, nuestros propósitos educativos deben tener en
cuenta una mayor aproximación a la realidad que nos toca vivir en el contexto latinoamericano y argentino.
En esta perspectiva comprobamos que entre las naciones de Latinoamérica se afianza cada vez mas un
deseo de mayor solidaridad frente a problemas comunes que constituyen un verdadero desafío:
- La urgente necesidad de sana autonomía en la vida económica, política y social para superar el
"neocolonialismo" y las condiciones opresoras que no permiten superar la situación de dependencia.
- La búsqueda de una identidad cultural que está en creciente riesgo de disolución, en parte por la invasión
de estilos foráneos, pero más profundamente por el poco empeño y no acertado trabajo de robustecer
nuestra idiosincrasia y nuestro patrimonio de tradición.
- El imperioso anhelo de construir una sociedad más justa, libre y organizada, capaz de autoafirmación y
consistencia, que supere las fracturas internas, las distancias y diferencias estridentes entre unos grupos
privilegiados y otros injustamente marginados. Surgen a menudo en este clima regímenes dominantes, a
menudo represivos, que intentan privar a los sectores populares de su conciencia crítica, de su
intervención en las decisiones políticas y de estímulos positivos que les permitan superarse.
La educación no puede ignorar esta realidad compleja y desafiante, pues le compete a ella formar
hombres capaces de asumirla y conducirla, con atención constante a los signos de los tiempos. Y siempre
será prioritario atender al desarrollo integral del hombre que será el mejor modo de proveer hombres para
el desarrollo.

4. El hombre en diálogo con su realidad: la educación permanente
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La educación exige fidelidad al hombre concreto y debe considerarlo en todo momento como un ser
en diálogo con su cambiante realidad individual y social. Dado que el hombre va gestando su personalidad
en ese diálogo con su vida, su circunstancia, su edad, su historia, su prospectiva del futuro, muchos se
plantean la educación en términos de mero equilibrio y adaptación, renunciando a concebir al hombre
como un ser en tensión permanente, llamado a trascenderse hacia valores perennes. Otros le proponen
una constante actualización para poder vivir acorde con un mundo nuevo de transformaciones aceleradas
y como meta de la educación, el "aprender a aprender". Pero no se le puede proponer al hombre como fin
último de la educación un proceso de aprendizaje indefinido por sí mismo. En el diálogo con su realidad
cambiante habrá que tener en cuenta la adaptación, el equilibrio, la actualización, el "aprender a aprender".
Pero el parámetro definitivo lo constituirá el "aprender a ser".
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Educación permanente será entonces capacitar al hombre para emerger como persona en cada una de
sus respuestas a la vida. Será la educación de lo permanente del hombre, sus constitutivos esenciales; para
lo permanente del hombre, su vocación trascendente. La educación permanente implica ciertas actitudes
frente a la vida y ciertas tareas constantes propias de ese continuo desarrollo que caracteriza al hombre y
que han de ejercerse desde el nacer hasta el morir: apertura y humilde disposición de aprendizaje
constante; esfuerzo personal y comunitario concreto para superar la ley del menor esfuerzo y asumir
creativamente el compromiso con la vida; intercambiar experiencias enriquecedoras; transformar toda
comunidad y todo espacio en comunidad y espacio educativos; transformar toda novedad en situación de
aprendizaje (cada edad de la vida, cada etapa, condición o particular circunstancia, cada ámbito de
acción); elaboración permanente de experiencia; constante cotejo crítico a partir del proyecto de vida
elegido. No consideramos la educación permanente como un mero sinónimo de educación continua,
educación de postgrado, educación de adultos, educación popular, la totalidad del sistema educativo,
actualización, ampliación de la cultura personal. La educación permanente implica todos estos aspectos y
se instrumentaliza a través de todos ellos, pero es un concepto más profundo, que va mucho más allá y
que imprime a todas las acciones educativas un sello característico. Este concepto nos exige un
verdadero cambio educativo: la misma educación inicial ha de ser la mejor base para una educación
permanente.
Capítulo II : Cultura y Educación.
1. La cultura como estilo de vida e identidad de un pueblo
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Ya en nuestro documento Iglesia y Comunidad Nacional, haciéndonos eco de las palabras de Juan
Pablo II, aludimos a la cultura como vínculo de la comunidad reunida por "una idéntica concepción del
hombre y del mundo y por una sola escala de valores que se traduce en actitudes, costumbres e
instituciones comunes, constituyendo un pueblo o nación" (ICN. 77 - Juan Pablo II UNESCO 2-6-80 Nº
14), fundamento éste de identidad y soberanía (Idem 78 - Juan Pablo II núm. 14 y 15). En este sentido la
cultura es el patrimonio de bienes y valores de un pueblo, "depósito", "herencia", "expresión", según
realizaciones colectivas de aquellos bienes y valores. En este sentido, toda realización y toda expresión de
un pueblo entra dentro de lo que es cultura. Estas afirmaciones implican un juicio de existencia de ciertas
realidades, ayuden o no al hombre a lograr su realización humana. No implican, por lo tanto, un juicio de
valor: no califican todo contenido, toda realidad "cultural" como valiosos. Por lo tanto, el manejo del
slogan, "respeto a la cultura de un pueblo" es una ambigüedad que debe ser clarificada.
2. La cultura como cultivo de la vida
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Fue precisamente el sentido de "cultivar las cualidades específicamente humanas" lo que, en un
principio hizo llamar "cultura" al enriquecimiento de lo natural y a la transformación de los estados
primitivos que se consideraban incultos. A lo largo de la historia, cada época tuvo ideales o modelos según
los valores que en su momento gozaban de mayor estima. Poco a poco se comenzó a ver la cultura como
algo correlativo con el progreso y dependiente como él de los descubrimientos de la razón humana. En
esta trayectoria la cultura llegó insensiblemente a significar cierto refinamiento y a aparecer como
privilegio de algunos, se la vio como la aureola de un cierto elitismo, un cierto "saber para poder" a
menudo más impregnado de brillantes apariencias que de auténtica calidad humana. Frente a estas
ambigüedades, es necesario proponerse discernir con sinceridad cuál es el sentido de lo humano para que
sólo se reconozca como verdadera cultura humanizadora la que condice con la dignidad humana.
3. Cultura y educación: dilema y opción de vida
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Sin duda nuestro siglo nos ha brindado suficientes razones de admiración y euforia. Pero también nos
ha sometido a extrañas paradojas y contradicciones. Más aún, so pretexto de cultura, a menudo entendida
como eclosión eufórica de las posibilidades creativas del hombre, pero no como crecimiento, el hombre
empobrece su humanidad. Así pues, la cultura se le presenta al hombre como un dilema. Llena de
energías creadoras, en creciente apertura a nuevos y maravillosos horizontes, se ve al mismo tiempo
amenazada por ambigüedades y antivalores. "cumple entonces a la educación la tarea urgente e
insoslayable de rescatar al hombre de esta ambivalencia de la cultura, hacerlo beneficiario de las riquezas
latentes en los adelantos de nuestros días. Surge así una función insoslayable de la educación: la
transmisión crítica de la cultura. Se dan en la realidad propuestas culturales heterogéneas. Ante ese
panorama, el problema más difícil de resolver es la transmisión coherente de contenidos culturales sin caer
en la presentación de significados y valores aparentemente admisibles, pero que en último análisis son
incompatibles entre sí. La familia, la escuela, las instituciones, cumplen una relevante mediación entre el
educando y el depósito cultural de su pueblo y de la humanidad entera Ya que el hombre no puede
realizarse plenamente como hombre sino a través de la cultura toca a la educación la misión de promover
el encuentro del educando con la cultura, o mejor dicho, capacitarlo para su inserción vital, consciente y
recreadora en la cultura.
4. Las transformaciones socio-culturales y la revitalización del quehacer educativo.
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En la mutua relación "educación-cultura" suele darse un desfasaje: mientras la cultura vive un ritmo
acelerado, las tareas educativas marchan a un ritmo retrasado por vivir un tanto ajenas a la realidad
cotidiana. Por otro lado, también los intentos de ser "modernos" en la educación, se traducen a veces en
la aceptación indiscriminada de todo lo novedoso, brillante y aparente, y en la incorporación de los más
actualizados recursos, sin ahondar en la investigación de nuevos y más profundos objetivos para
responder a las nuevas y más auténticas aspiraciones del crecimiento humano. Evidentemente el quehacer
educativo tiene que renovarse. Pero lo más importante para una revitalización es detectar las legítimas
vivencias valorativas y las auténticas líneas de fuerza de las expresiones culturales para ofrecer a las
nuevas generaciones mejores posibilidades de desarrollo y madurez.
5. Educación y prospectiva del cambio sociocultural
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Otra comprobación nos trajeron los últimos decenios con la aceleración de los cambios
socioculturales: la inconsistencia de una educación que procura insistir en fórmulas de comportamiento
rígidas y permanentes por encima de criterios éticos fundamentales. Se impone una actitud prospectiva,
que implica "educar para el cambio". Educar para el cambio no quiere decir educar para la indefinición, la
volubilidad, la ausencia de compromiso, la búsqueda constante de la novedad insustancial. Educar para el
cambio significa dotar de la necesaria apertura para ver e interpretar lo diferente, la aptitud para percibir lo
valioso en medio de aquello que lo pueda oscurecer, la indispensable abnegación para abandonar recursos
que han perdido validez. En síntesis, desarrollar la capacidad de discernir con sinceridad y firmeza los
valores que se han de rescatar y preservar en medio de las vicisitudes de la vida.
6. Educación: cultura para la vida y sabiduría de vida
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La importancia de estas consideraciones nos mueve también a reafirmar que si la plenitud del hombre
está en su encuentro con Dios, si su salvación parte de la redención de Cristo, es por este camino por
donde encontrará nuestra cultura su senda redentora. Por eso entre los temas prioritarios de hoy, la Iglesia
toma con particular interés la evangelización de la cultura. Así lo expresó Juan Pablo II en su discurso al
Pontificio Consejo para la Cultura: "En varias ocasiones he tenido interés en afirmar que el diálogo de la
Iglesia con las culturas reviste hoy importancia vital para el porvenir de la Iglesia en el mundo.
Permítaseme volver a ello e insistir en dos aspectos principales y complementarios: el de la evangelización
de las culturas y el de la defensa del hombre y de su promoción cultural". Como síntesis, nos parece
oportuno evocar cuanto dijimos en "Iglesia y Comunidad Nacional": "Todas estas dimensiones de la
cultura están íntimamente vinculadas a la sabiduría eterna por la que el hombre asciende de lo visible a lo
invisible, y culminan en la adoración del verdadero Dios, Dios, fin último del hombre y meta de la misma
cultura. Este ha de ser el camino que recorre el hombre peregrino en busca de la posesión del último fin...
Para nosotros, la alianza interior con la sabiduría eterna es el fundamento de toda cultura y del verdadero
progreso del hombre. . . el hombre ha de crecer y desarrollarse como hombre en esta alianza. Debe crece
humanidad, es decir, como imagen y semejanza del mismo Dios" (ICN. 49).
Capítulo III : Los Fines de la Educación.
1. Asumir en forma responsable la propia finalidad existencial
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"El objetivo de toda educación genuina es el de humanizar y personalizar al hombre, sin desviarlo,
antes bien, orientándolo eficazmente hacia su fin último que trasciende la finitud esencial del hombre" (DP.
1024). Queremos aquí trazar un perfil concreto y significativo de lo que es "ser hombre" para salvar
equívocos y superar subjetivismos, pues de otro modo, nunca lograremos una eficaz imagen conductora
de nuestro quehacer educacional. La educación ha de ser personalista: ha de fundarse en una adecuada
concepción de la persona, personalizada: ha de estar atenta a la idiosincrasia de cada cual en su singular y
original presencia en el mundo. Pero en definitiva, y por definición, ha de ser personalizante, es decir,
centrada en promover y llevar a madurez las notas constitutivas de la persona, considerada por supuesto
en profunda interacción con otras personas, ya que sin ellas no logra su desarrollo. El logro consistente y
definitivo de la educación no puede ser sino el sentido mismo de la vida, el para qué último de la
existencia, que es el encuentro plenificante con Dios, del cual venimos y al cual estamos destinados como
Suprema Verdad, Suprema Belleza y Supremo Bien. (Cf. Puebla 1024). Nótese también que cuando se
habla de Dios como último fin o se toma como tema el fin último de la existencia, para muchos queda
sugerida la imagen de algo se está tratando el por qué y el para qué más importante "ya y en todo
momento": se trata de la razón suprema de todo, aquello que por encima de toda otra cuestión hay que
salvar y tener en cuenta como determinante insoslayable de toda decisión. Por eso podemos considerar
que corresponde a la educación ayudar al hombre a hacerse cargo en forma responsable de su finalidad
existencial.
2. Educación y proyecto personal de vida.
Las metas de madurez
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La educación va muchísimo más allá de la función informativa, más allá de la transmisión cultural y
científica. Trasciende los planteos académicos, y piensa en el hombre todo y en todos los hombres como
personas y como comunidad. La diversidad de los saberes instrumentales ha de contribuir al bien total de
la persona y no ser incorporados de tal modo que le causen deterioro. Pero, ¿cómo estructurar y
configurar esa integración armoniosa de los saberes instrumentales y cómo hacerlo en función de algo
más allá de un perfeccionamiento narcisista, algo que signifique trascendencia y profundidad? ¿Cuál es la
tarea medular de la educación? ¿en que consiste esa educación como promoción del personal proyecto de
vida? ¿Cómo traducir el "aprender a ser"?.
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Lo que caracteriza a la persona es ser una unidad bio-psíquico-espiritual, una presencia consciente y
creadora en el mundo, confiada a su libertad y responsabilidad, en medio de otras personas con las que no
sólo debe convivir, sino autoconstruirse mediante la interacción con ellas y responder así al llamado de
una misión trascendente. En estas características esenciales de la persona está señalado el programa de
tareas educativas fundamentales. La persona en cuanto persona lleva en su ser su quehacer fundamental:
su programa educativo. Eso es lo que hemos querido expresar al hablar del hombre como esencial
proyecto dinámico y de la educación como autoconducción del personal proyecto de vida. Proyecto que
en definitiva debe coincidir con el proyecto de Dios sobre el hombre y sobre el mundo que culmina en
Cristo como fin de la creación (Ef. 1,4 - 1 Cor. 15,28). Esta unidad armoniosa del todo es la clave que
orienta y explica el quehacer del hombre en el mundo en el cual se debate para alcanzar su íntimo deseo de
"ser como Dios". Si educar es humanizar, educar es, en ese sentido, divinizar, pues "la humanización del
hombre es como un signo y la Epifanía de su divinización" (Sínodo 1974. Cf. L'Osservatore Romano
13-10-74)
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Sin dejar de tener presente que la persona es una unidad bio-psíquico-espiritual en interacción social y
que no admite por tanto considerar en ella sectores separados como comportamientos estancos, ya que
cualquier aspecto repercute en todos los otros, consideramos como objetivos educativos fundamentales
las metas de madurez de la personalidad en tres grandes dimensiones: Interioridad - Encarnación -
Vocación. Y en vistas a tener un, panorama concreto que oriente y sugiera las correspondientes tareas
educativas; las analizaremos algo más detenidamente de acuerdo con el siguiente cuadro de referencia:
EL HOMBRE: SU IDENTIDAD Y SENTIDO. METAS DE MADUREZ
a) Interioridad
a.1. Conciencia. El hombre, presencia consciente y creadora; valorante y rectora: ubicarse y
orientarse.
a.2. Libertad. El hombre, interioridad libre y responsable: conquistarse y gobernarse.
b) Encarnación
b.1. Corporeidad. El hombre en su condición corporal: aceptarse e integrarse.
b.2. Comunidad. El hombre en su condición comunitaria: comunión y participación.
c) Vocación
c.1. Misión existencial. El hombre, mundo de valores preferidos: proyectarse y donarse.
c.2. Compromiso trascendente. El hombre, vocación de encuentro con Dios: amor y santidad.
a) Interioridad: Conciencia - Libertad
a.1) El hombre, presencia consciente y creadora; valorante y rectora. Ubicarse y orientarse.
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El hombre es el único ser de la naturaleza capaz de interrogarse. El único que tiene capacidad de
problematizar y problematizarse. Vivir como hombre es percatarse de los interrogantes y planteos de la
existencia y tener que darles adecuada solución, so pena de sentirse frustrado en sus ansias de
autorrealización. La conciencia es una dimensión fundamental de la persona. Aquella por la cual el hombre
se rescata del mundo de los objetos y se descubre y actúa como sujeto, fuente responsable de sus
acciones. (Cf. GS. 16, DHC. 13). Incluso para encontrarse a sí mismo ha de encontrar el sentido de la
vida, descubrir su quehacer en este mundo, para qué está en él con poderes de opción y decisión
personales. La conciencia es el órgano del sentido de la vida, del por qué y el para qué del mundo y de la
marcha de la historia, el por qué y el para qué del trabajo, del dolor, de la culpa, del amor. Si pues lo que
caracteriza al hombre es esta capacidad de presencia consciente ante los datos de la realidad, capacidad de
percibir la necesaria modificación de lo dado o de crear algo nuevo; si al mismo tiempo la conciencia
moral permite al hombre discernir cuándo su intervención resultará conducente o no a su destino de esta
capacidad fundamental del hombre: la conciencia.
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Surge de aquí la necesidad de cultivar la observación, la apertura a la realidad, la respetuosa actitud
contemplativa ante la naturaleza, el criterio para discernir, la actitud sanamente crítica y valorativa, la
capacidad de interpretar los hechos y el sentido de los signos de los tiempos. En síntesis, voluntad de
verdad y justicia como fidelidad al ser, prudencia como virtud rectora hacia los fines propios de cada
cosa: ubicarse.
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Correlativamente resulta indispensable tener el marco de referencia de una cosmovisión congruente a
la luz de la cual surjan claras y rectas convicciones respecto al sentido, valor y uso del poder, de las
posesiones, el dinero, la fama, el éxito, el sexo, el ocio, la publicidad, los medios de comunicación social,
etc. Tal es el camino hacia una jerarquía de valores y orientaciones de conducta que sirva de base a una
opción fundamental en la vida: el paso de la indefinición o ambigüedad a la definición y orientación
existencial. De tales confrontaciones surge sin duda la disposición de transformación responsable de la
realidad en función de objetivos más humanos y trascendentes, mediante estrategias y acciones igualmente
dignas y humanas. En cuanto a esta tarea de hacer tomar conciencia caben desde el punto de vista
pedagógico algunas reflexiones que emergen de la experiencia.
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El momento de la verdad y el modo de conducir a ella forman parte. de la verdad. En la comunicación
humana, el análisis de la verdad va más allá del mundo del emisor, incluye al receptor y al contexto. No
basta estimar que lo que uno dice es verdad. Es necesario tener en cuenta qué habrán de entender, y más
aún qué resonancia desencadenará esa comunicación de una realidad. Y cuando con una verdad no se
construye comunión, no se está plenamente en la verdad. Hacer concientizar problemáticas que de ningún
modo podremos gobernar ni conducir, normalmente no es sino imprudencia, alarde y ostentación de
saberlo todo o incapacidad de autogobernarse: a menudo resentimiento, impaciencia y falta de experiencia.
Ayudar a crecer y madurar exige atención al momento oportuno y requiere su tiempo de proceso. Pero
esto no es excusa para la dilación. Dejar en la inconsciencia cuando se necesita y se puede
provechosamente asumir una realidad para modificarla es traicionar a las personas, los grupos y la
sociedad, ya que la toma de conciencia es el primer paso para un proceso de liberación y madurez
personal y comunitaria. No permitir la toma de conciencia, no ayudar a lograrla es manipular al ser
humano, impedir su desarrollo integral.
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La educación que suprime el juicio crítico, que no despierta el sano sentido crítico, que no cultiva la
creatividad, que se mueve sólo en términos de adaptación a la cultura vigente y observancia de un modelo
rígidamente estático de sociedad, no es verdadera educación, sino amaestramiento, domesticación y abuso
del dominio de unos sobre otros. Son igualmente manipulaciones las visiones reduccionistas o
unidimensionales del hombre y de la sociedad. En efecto, niegan al educando el sentido de la totalidad que
nos permite la síntesis y la orientación. Cultivar una personalidad y una sociedad cuya función totalizante
sea la economía o la política, o la técnica, como sistema preponderante y omnipresente, que no deje
vislumbrar alternativas, es deformar al hombre. Una familia, una escuela, una institución, centradas
exclusiva y excluyentemente en el negocio, el comercio, el arte, el desarrollo científico-técnico, no sólo le
niegan al hombre una educación integral, sino que efectivamente lo cercenan, porque además de reducirle
el acceso al horizonte de lo humano, lo condicionan estructurando en su mente una deformación que, en
mayor o menor escala, le quita plasticidad para la percepción de otras realidades que exigen mayor
capacidad de abstracción y trascendencia. Pero también debemos advertir que la lucha obsesiva contra la
manipulación o contra cualquier ideología puede terminar a su vez en otro caso de manipulación. Una
auténtica actitud liberadora parte de la verdad y del amor que edifican y destierra la ignorancia y el odio
que destruyen.
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La autenticidad como fidelidad al personal proyecto de vida requiere percibir y enfrentarse con la
realidad de sí mismo y desde la propia originalidad enfrentarse con la realidad del mundo entorno. Del
término "autenticidad" se hace también en el lenguaje corriente un gran abuso y no sin una lamentable
consecuencia. Muchos, en efecto, lo hacen sinónimo de espontaneidad, sinceridad, franqueza, y así, so
pretexto de rechazar la hipocresía y con el autojustificativo y autoengaño de "autenticidad" se defienden
cuando desbordan en explosiones instintivas, exabruptos de impaciencia y falta de tole rancia carencia de
criterio para ubicarse en lo que una elemental prudencia exige o una circunstancia requiere y en fin,
cuando faltan a la debida consideración a los demás. Nadie está propiciando, por supuesto, el
ocultamiento de los vicios y defectos, ni se quiere insinuar tampoco la represión de una sana expresividad.
Se esta hablando simplemente de sensatez. Lo que aquí se quiere recalcar es que la expresión "ser
auténtico" en realidad significa ser de hecho y de ver dad lo que se es de nombre. Y tanto puede emplear
se para hacer resaltar una cualidad negativa, coma auténtico ladrón, auténtico embustero, como par
enfatizar una cualidad positiva como auténtico maestro, auténtico cristiano. Pero cuando se utiliza la
expresión "ser auténtico" en forma absoluta y sin más aditamento, ha de aplicarse a lo que todos los
hombres son en forma absoluta y esencial, a lo que define su vida como humana. Y entonces resulta
auténtico sólo aquel que en su medida vive el empeño de llegar a ser mejor como persona y vivir la vida
íntegra que corresponde a la dignidad y plenitud humana.
a.2) El hombre, interioridad libre y responsable. Conquistarse y gobernarse.
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La autoconciencia, pues, y la toma de conciencia de las situaciones tienen como función principal
permitir al hombre disponer de sí para poder optar. Tomar posición personal ante la vida, ser en cierto
modo, creador de su mundo, ya que la persona es un mundo en el mundo. Incluso también creador de sí:
su mayor obra de arte ha de ser su vida misma. Dijo ya S. Gregorio de Nisa: "Somos en cierto modo
padres de nosotros espíritu nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz"
(Homilía sobre el Eclesiastés. GPG. 44-702-03). Y bien está señalarlo, precisamente en esta época en que
la insistencia exacerbada de algunos en los condicionamientos del pasado inconsciente y la gravitación de
los primeros años de vida sobre todo el curso de ella, parecieran culminar en una doctrina de la
irresponsabilidad. Sentirse hombre requiere sentirse dueño de elegir. Sentirse dueño de su hacer. Sólo por
el camino de la libertad siente el hombre que la vida es "su vida" y el bien alcanzado un bien realmente
personal. Liberar entonces, dar libertad, no es sólo dejar hacer, sino capacitar para hacer y sobre todo,
educar para poder ser.
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La libertad en sí misma no es un fin. Ser libre por serlo, no tiene sentido. Sólo tiene sentido cuando el
hombre, a través de ella ordena su existencia hacia un fin trascendente en todos los planos de su vida
personal, familiar, ciudadana, religiosa. Hacer de la libertad en sí el fin del hombre es un contrasentido.
Estamos ante un dilema: o la libertad es para que el hombre logre ser hombre por decisión personal, o, si la
libertad es el fin, que el hombre acepte el absurdo de no tener destino ni sentido: sólo seria libre para ser en
definitiva, libre. En realidad, la libertad se logra en una obediencia - un tener en cuenta un mandato
existencial- que, en definitiva, coincide con las pautas liberadoras del ser personal. La libertad física se
basa en la certeza de los resultados cuando conocemos y secundamos las leyes físicas. La libertad
psíquica crece en la medida en que maduramos en autoconciencia y autogobierno. La libertad moral, la
que nos conduce al ser que debemos llegar a ser, crece y se afianza en la medida en que vivimos en la
verdad y el amor. Se es libre en la medida en que se descubre y se adhiere al orden ínsito de la naturaleza,
es decir a la verdad y al bien. "Libre en realidad, es la persona que modela su conducta responsablemente
conforme con las exigencias del bien objetivo" (Juan Pablo II, Homilía Filadelfia 3-1 0-79). Por eso el
hombre de hoy necesita educar su libertad, porque en sus ilusiones de libertad, en su anarquía, es también
de otro modo, demasiado obediente, sumiso y esclavo. Despreocupado de su orientación, a merced de la
instintividad, se somete, sin resistencia ni sana crítica, a cuanta opinión entra en el torrente de la moda, a
cuanta teoría pseudo científica aparece, a cuanta concurrencia le sugieran los slogan de publicidad a
cuanto modelo de vida asoma en las pantallas, a cuanto "se dice", "se piensa", "se estila". La libertad
profunda. más que referirse al hacer esto o aquello, se refiere al definirse y disponer el hombre sobre sí
mismo (Cf. GS. 17, DP. 322). Es la capacidad de disponer de sí para hacerse a sí mismo en cada elección
y ejecución, ya que el hombre al hacer algo se esta haciendo a sí mismo. Su acto de libertad toca dos
dimensiones: el hacer algo y el hacerse. En aquel "hacer algo" vemos la perfección o imperfección técnica
y en el "hacerse" consideramos la perfección o imperfección ética.
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La educación es el camino para incorporar la libertad al sentido de la vida: No sólo para señalar al
hombre las altas finalidades de la existencia, sino para formar hábitos operativos de modo que dichos fines
sean fuente de motivaciones auténticas en todo comportamiento. No es educar, entonces, el secundar la
ley del menor esfuerzo, el entrenar en la inercia, en la renuncia a toda iniciativa personal, en la supresión
de toda intervención comprometida. Antes bien, educar es una ardua tarea para ayudar al hombre a
superar sus esclavitudes y sus miedos a la libertad. En última instancia, decir que el hombre es libre
significa que es capaz de libertad, pero no que ya la posea. Es en realidad un ser en proceso de
autoliberación de pulsiones internas y de presiones externas que lo condicionan. Por eso hablamos de
"conquistarse". Porque el logro de los hábitos personalizantes que requiere la libertad constituye aquella
tarea existencial que San Pablo comparó con el entrenamiento del atleta (Cf. 1 Cor. 9, 24-27). Llegar a ser
dueño de sí es, innegablemente, una conquista. Un análisis de aquella comparación de San Pablo nos
mostrará que la abstención, la aceptación de la prueba, la lucha y el dolor no son de carácter negativo,
inhibitorio, restrictivo. Contienen una invitación al crecimiento, capacitación para los fines anhelados. Por
eso hablamos de "gobernarse", evitando términos que pudieran insinuar represión o mutilación sin sugerir
su sentido (contenerse, refrenarse, dominarse). Gobierno es el ordenamiento y canalización finalista de las
fuerzas actuantes. El gobierno de sí las reconoce todas y busca encauzarlas de modo personalizante en
función de motivaciones válidas.
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Lo que importa a la educación va mas allá de la exterioridad de las conductas, que también puede
obtenerse por otros medios no educativos o antieducativos. Importan las razones y motivaciones del
obrar, el crecimiento interior de la persona. Por eso la disciplina empleada como mero recurso para evitar
desordenes y molestias, no tiene más alcance que ese sentido utilitario; entendida en cambio como
indispensable ejercicio de autogobierno y aporte solidario a la convivencia es una escuela de formación.
La verdadera disciplina es el hábito fundamenta para la calidad de vida. Significa poseer pautas, orden y
método para el obrar adecuado. Es, en definitiva, educación. El permisivismo omnímodo teórico-práctico
postulado por algunos, aparte de desconocer las diferencias entre la psicología y pedagogía de cada edad,
es la negación del sentido de la libertad y por lo tanto, es también la ruina de la libertad misma, ya que en
vez de concebir la libertad como poder disponer de sí para una misión en la vida le propone al hombre
disponerlo todo para sí.
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Educar en la libertad y para la libertad presupone un sano optimismo y confianza en la bondad de la
persona y en la sensatez de los grupos cuando se les sabe proponer valores y caminos a la madurez. lo
cual no significa desconocer las limitaciones de lo humano y la realidad del pecado original. Es
precisamente a consecuencia de el, que el ser humano vislumbra en su indigencia la necesidad de la
Gracia. El más hondo y profundo sentido de la liberta lo hallamos en el Nuevo Testamento. La libertad es
una estructura fundamental de lo cristiano. Es el fruto de la acción salvífica de Dios. San Pablo nos dice:
"Han sido llamados a la libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto par satisfacer los
deseos carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor (Gal. 5, 13). La
libertad de San Pablo es la liberación de la esclavitud del pecado, de la muerte y de yugo de la antigua ley
para lanzarnos al dinamismo del amor (Rom. 6, 11.18.22; 8, 2 - Rom. 6, 16-23 Gal. 4, 21-31 - Rom. 7,
24). Una vez más aparece la libertad como disponibilidad de sí para la oblación y donación en el amor.
Con él se inserta el hombre solidaria y constructivamente en medio de la comunidad para participar en el
destino de la humanidad, sin la cual él tampoco tendría educación. "Cristo nos ha liberado de la
servidumbre que nos esclaviza, pero no del servicio que se presta por amor. Si somos libres es para poder
amar auténticamente y sólo en el amor se realiza la verdadera libertad". (El Libro del Pueblo de Dios p.
2348).